Acomodo su vida a su nueva rutina, ahora tenía un muerto a
quien llevarle flores y a quien extrañar. No hubiera querido ser viuda, pero
los años y los trajines de la vida se habían llevado a su compañero amado.
Al principio la pena no le dejaba continuar y las lágrimas se deslizaban sin
querer, como desahogo de un corazón partido. Pero el tiempo, que es el mejor remedio, mitigo la pena. Ahora disfrutaba de las conversaciones en el cementerio, donde le comentaba de las novedades de sus hijos y la travesura de sus nietos.
- Tu hijo esta muy feliz, con su pequeño hijo- le decía,
mientras acomodaba sus flores en uno de sus jarrones. El viento jugó con su sombrero y ella
sonriente fue a buscarlo.
Era él, que siempre jugaba entre las praderas y los campos
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